
Ayer mi hija la segunda, la que pasó de los “terribles 2” a los
“horribles 3”, hizo gala de todo su encanto y realizó un show de aquellos:
llantos y gritos con tirada al piso. El show terminó cuando abrió la puerta de
la calle (literalmente la de la calle) y
amenazó con irse a buscar otra familia. En ese punto, su papá ya molesto la
interceptó y cerró la puerta con decisión. “De acá tú no te vas”. Luego, la consoló y en menos de un minuto ella
estaba feliz de nuevo.
¿Cómo es que su papá llegó tan rápido a la puerta? – Se preguntarán - ¿Es
que acaso es un súper héroe que corre como flash? Pues me temo que no, el padre
de mis hijos es un simple mortal cuyo único súper poder es tener una paciencia
de santo cuando se trata de alguna de sus hijas. Durante todo el “drama show”
él se la pasó persiguiendo a la niña por toda la casa diciéndole cosas tipo: “No,
no, no. No llore mi princesa tan linda. Ese juguete es tuyo y sólo tuyo, no se
lo voy a dar a tus hermanos”.
Por supuesto, luego de este episodio hablé con mi marido: “No te pases,
le dije. Estás criando a una hijita de papá. Una engreídaza que la va a pasar
mal en la vida”. Me miró sonriente, y me dijo: “Ella es mi hijita y quiero que
sepa que siempre puede contar con su papá”. Iba a continuar con mi perorata, pero
recordé un episodio que me sucedió hace poco:
Era un sábado y no recuerdo bien porqué mi mamá y yo discutimos por
teléfono. Ella cortó molesta y yo me quedé sumamente fastidiada. Siempre que mi
mamá se molesta conmigo (incluso ahora) me quedo sintiéndome inquieta y preocupada.
Ese día no fue diferente. En la tarde, era el matrimonio de la hija de unos
buenos amigos de mis papás y habían invitado a toda la familia. Mi esposo y yo
fuimos, y yo a pesar de todo, continuaba con ese desasosiego.
Apenas llegamos al matrimonio nos encontramos con mis papás. Por
supuesto, me acerqué a saludarlos. En cuanto me vio mi papá me dijo: “¡que
preciosa está mi ángel!, Ay, ay, ay que linda que está!”. (Sí, sí así me habla
mi papá). Mi mamá seguía medio molesta y al saludarme dijo algo a lo que,
inmediatamente repliqué molesta. Mi papá me preguntó que pasaba. Y yo con mi
voz de máxima engreída le contesté: “es que mi mami está molesta conmigo y me
ha dicho que…”. “Ay, me respondió mi papá, tú ya sabes cómo es tu madre, no le
hagas caso”. Y dirigiéndose a ella le dijo: “No fastidies a mi ángel. Déjala
tranquila a mi hijita linda que está hermosa”. Me abrazó y me hizo darle
besitos como cuando era chiquita.
Inmediatamente después de este encuentro, ese desasosiego que me había
acompañado durante todo el día desapareció. Me sentí feliz de nuevo, tranquila
y segura. Abracé a mi mamá, a mi papá y me fui a bailar y a disfrutar de la
linda fiesta como si nada.
Recordé este episodio y antes de continuar sermoneando a mi marido,
voltee a ver a mi hija que jugaba feliz y segura, sintiéndose (para bien o para
mal) la reina del mundo. Pensé entonces
que si mi marido lograba infundirles a nuestras hijas (hablo en plural ahora,
pues tenemos dos) esa misma seguridad y tranquilidad que les iba a permitir andar
plácidas por la vida tal como mi papá lo hizo (y hace) conmigo. Pues, bienvenido
sea y que las dos sean las hijitas más queridas y lindas de papá.
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