
Cuando aún no era mamá y escuchaba a algún niño llorar o no hacerle caso a su mamá, pensaba que cuando tuviera mis hijos las cosas serían distintas, y es que una ve todo de otra manera antes de ser madre. Las ve desde una perspectiva más fácil y un tanto más cómoda, ya que no sabe realmente lo que puede ser educar a un niño, que no basta sólo con decirle que no se debe hacer esto o aquello y que no depende de ti que haga o no una pataleta, porque cuando son pequeños, es tal vez, una forma de expresarse, ya que aún están aprendiendo a hablar, a decir cómo se sienten, a manejar sentimientos como la frustración y el que no todas las cosas ocurren en el momento que ellos lo quieren.
Cuando nació Luciano y me tocó
afrontar las mismas situaciones, me di cuenta que el educar a un niño es un
tema mucho más complejo y que va más allá de que te hagan caso o no. No es una ciencia exacta, nadie tiene la
respuesta correcta ni la fórmula perfecta para hacer que nuestros hijos sean
personas que se porten bien, ordenados, cariñosos, tranquilos, educados o todas
esas cosas que en algún momento soñamos las mamás.
Y si hay algo que he aprendido en
estos 2 años y medio de mamá, es que al criar un hijo necesitas escoger tus
batallas, saber en qué momento cedes, en qué momento no cedes, en qué momento premias y en qué momento corriges
y eso es algo que la mayoría de veces responde a nuestro instinto, pero tendrá
éxito con el cumplimiento de nuestra palabra, la determinación que tengamos y
cómo se los digamos a nuestros hijos.
Recuerdo que la primera vez que
le dije NO a Luciano por algo, al escucharlo llorar, se me partió el corazón,
dudé de dejarlo o no hacerlo, pero sabía que no debía, que estaba mal, que
podía hacerse daño más adelante, así que decidí mantenerme firme y continuar y
ahí me di cuenta el poder que tiene nuestra palabra en nuestros hijos si
hacemos que confíen en ella y sepan que pase lo que pase vamos a cumplirlo.
Por ejemplo, si les decimos que
si se portan mal no van a salir a pasear y aun así lo hicieron, entonces no
podemos llevarlos, si no ellos pensarán que siempre será igual y ya no le
tomarán importancia a lo que decimos. Pasa lo mismo con los premios, si les
ofrecemos algo, tenemos que cumplirlo si o si, sino, mejor no ofrezcamos nada. Eso
nos dará la autoridad necesaria y a la vez a ellos la seguridad y la confianza
de creer en nosotros.
De igual manera, los NO que les
decimos tienen que tener la misma dosis de amor con la que les decimos SI, y
tratemos de explicarles por qué decidimos eso, no pensar que son muy pequeños
para entender, ellos entienden todo y necesitan una explicación para aprender,
así sabrán que podría pasar de hacer o no tal cosa.
Algo que también es importante,
es que tenemos que ser consecuentes con lo que decimos. A mi esposo le pasó el
otro día que le dijo a Luciano que no se caminaba sin zapatos por la casa
(cuando él no tenía zapatos tampoco) y una vez que Luciano se puso sus zapatos
fue al cuarto y regresó con los de su papá y le dijo “papi tú también no puedes
caminar sin zapatos” ¡Imagínense la cara de mi esposo! Jajaja… se moría de la
vergüenza. Y es eso a lo que me refiero cuando digo que debemos ser
consecuentes con lo que decimos, ya que somos su principal referente y ejemplo.
Y es que una de las cosas más
hermosas de ser padres, es que ellos aprenden de nosotros y nosotros aprendemos
de ellos cada día ¿verdad?
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